Chucao Scelorchilus rubecula

Chucao, Scelorchilus rubecula

En mis primeras exploraciones a los bosques del Aysén me sorprendió el canto de un pájaro que rondaba en torno a mi caminar. Su voz era fuerte y profunda, sin embargo cuando me topé por primera vez con él, me desconcerté.

El chucao es un ave muy parecido al petirrojo europeo, de un tamaño ligeramente más grande pero con un canto potente como el de un gran ave. Poco después los habitantes del pueblo me informaron acerca del «Chucao» y de sus costumbres.

Scelorchilus rubecula es un ave Passeriforme de la familia Rhinocryptidae; se alimenta de frutos y pequeños insectos, anida haciendo hoyos en la tierra en las laderas de de montañas; tal vez por ello, es atraído cuando escarbas cerca de él con un palito; entonces se acerca mucho dando saltitos incesantes por lo que es muy difícil fotografiarlo en la penumbra de los bosques de Nothofagus del Aysén.

Encuentros con el chucao

Con la táctica de escarbar con un palito atraje a un chucao que luego se convirtió en un simpático compañero y guía; simplemente seguí su canto y me llevó por una ruta no carente de cierto misterio y magia a través de la inaccesible maraña de quilas, un bambú abundante en el Aysén (Chusquea quila).

En momentos en que el bosque se aclaraba me encontré en rincones provistos de una vegetación de epífitas de baja altura o briófitos rupícolas y terrestres. Eran los pequeños jardines del Aysén donde conocí por primera vez un helecho diminuto que me cautivó y que después busqué por mi recorrido en los bosques húmedos de Valdivia y Bolivia: los helechos del género Hymenophyllum así como las complejas especies de las Selanginella.

Seguí el canto del chucao a duras penas; lleno de sudor, intentando traspasar la densa vegetación y de vez en cuando se detenía para continuar con el repetido ritual de escarbar, dar pequeños saltitos y salir cantando para llevarme a otro lado.

La maravillosa aparición del chucao en los bosques lluviosos impenetrables me marcó en los estudios de pequeñas epífitas en el resto de mi camino. El chucao me enseñó, con su canto y mirada profundos, a amar los pequeños rincones y jardines en una escala de la dimensión de mi querida ave.